jueves, 29 de abril de 2010

Google ya no es lo que era

Una de mis últimas ensoñaciones de cabecera tiene guión profesional. En ella, imagino a los jefazos del todopoderoso Google mirándonos al resto de los mortales desde arriba. Nos observan con sonrisa burlona y curiosidad infinita bailar al ritmo de sus palmadas. Desde su nube, sentados con los pies colgando, observan nuestra atención a cada una de sus acciones, y a veces nos ven llorar y otras reír, pero nunca ignorar el más mínimo de sus gestos.

Hubo antes otros semidioses tecnológicos a los que primero alabamos y luego, al principio con timidez y más tarde con furia, acabamos odiando, y en estos días en los que los adolescentes universitarios californianos ya no sueñan con fiestas en piscinas de mansiones de Beverly Hills (cada cosa a su tiempo) sino con garajes en los que crear programas informáticos que dominen el mundo, es sólo cuestión de tiempo que otros muchos vengan y hagan bueno al último que se fue.

Asistimos, sin duda, al principio del declive de Google, o al menos de su imagen. Después de más de una década en la que cualquiera de sus movimientos y productos causaba una incontrolable fascinación por los colores atrevidos de sus logos, porque sus ejecutivos iban en vaqueros, pero sobre todo, porque representaban esa pequeña aldea gala que el emperador romano Microsoft no conseguía conquistar a pesar de su poderosísimo ejército, Google empieza a dejar de ser nuestro mejor amigo ahora que ya no nos llama tanto desde que sale con sus nuevos amigos ricos, y si lo hace, la sospecha de que al final nos acabará pidiendo algo, nos impide disfrutar de la cita con plenitud. Después de años de indiscutible impunidad, gran parte del mundo empieza a pensar que quizá, sí que era tan fiero el buscador como sus competidores lo pintaban.

Y lo cierto es que en realidad algo está cambiando en Google, no por la gratuidad de sus herramientas, que nunca existió, ni por su control de los datos de los usuarios que siempre existió y que es precisamente la forma con la que financia los productos que "regala", sino por lo dudoso de sus resultados de búsqueda orgánicos.

Google sucumbe cada día más al encanto de los poderosos. La calidad de sus resultados orgánicos, que tan rápido le hizo crecer sobre sus competidores, empieza cada día más a brillar por su ausencia y, aunque su algoritmo es más secreto ya que la propia fórmula de la Coca Cola y nadie sabe con certeza bajo qué criterios tendrá el buscador a bien colocar tu empresa entre sus primeros puestos, al final siempre son sospechosamente los mismos resultados de las mismas grandes empresas los ofrecidos.

Google vende su producto de Adwords como la opción de publicidad para aquéllos dispuestos a cambiar esfuerzo por dinero y deja, en teoría, el resto de sus resultados para las webs realmente relativas a la búsqueda de los usuarios. Pero hace tiempo que esto no es cierto. Si uno busca, por ejemplo, un restaurante u hotel, los negocios con poco presupuesto para publicidad online -pero de gran servicio y calidad- no serán ofrecidos en las primeras páginas de resultados y, la unión entre cliente y negocio de pocos recursos no llegará a ocurrir, acabando el usuario con toda probabilidad comiendo o durmiendo en el hotel o restaurante de una gran cadena o que tenga gran presupuesto para marketing online. Lo injusto de esta situación es clara, y de ahí la fuerza que empiezan a tener las redes sociales en las que el usuario por fin comienza a tener voz y voto sobre las empresas y productos, restándole cada día más poder a las grandes agencias de publicidad capaces de convertir el hierro más oxidado en el oro más brillante.

El rey Google comienza a dar indudables muestras de debilidad y quizá sea éste un buen momento para que los nuevos líderes que tomen el relevo demuestren que Internet es una auténtica democracia.